[Relato] Destinados al olvido
mayo 16, 2016
Se cierran las puertas del mundo en que supe vivir, y tras ellas, destinadas al olvido, quedan infinidad de historias, vidas y no vidas que no verán la luz. Anhelando que estas lleguen, al menos, a rasgar la superficie de la comunidad, dejo aquí lo que habría sido la breve introducción de un sin fin de experiencias roleras, inspiradas en el más grande cliché de los tiempos modernos: un gremio de ladrones, un grupo de niños y una referencia fugaz pero suficiente al mítico flautista de Hamelin.
Quizá el último acercamiento al universo Imperium; quizá, el fin de un proyecto y el inicio de una trama secundaria que no debía comenzar. El azar, las relaciones, y en última instancia, un encuentro. 1814, el año en que el mundo cambió - y lo que quedó oculto detrás de la revolución.
1814. Mientras la imponente figura del ilusionista nublaba la vista del
imperio, y escarbando sigiloso entre la incertidumbre que el mismo generaba,
existió un hasta hoy desconocido estratega; un verdadero renegado, que acorde a
su inteligencia superior, supo sacar provecho, quizá mejor que nadie, de aquel
momento de desconcierto. Aquel confuso ser que dio inicio a los sucesos que luego
darían muerte al viejo Jerek se ha llevado hasta hoy todas las miradas, pero no
ha de caerse en tal absurda ilusión. Nadie debería siquiera creer que un evento
de tales características podría haberse dado en forma aislada.
1814. El nacimiento del vástago oscuro, las contiendas, el regreso de
Fausto, la muerte del emperador. Como si se tratara de un castillo de naipes
derrumbándose, el mundo se resquebrajó por completo. En las ciudades olvidadas
tras la batalla, en los campos quemados, en los establos vacíos, criaturas de
corta edad, en su mayoría humanas, caminaban perdidas y hambrientas. No eran
más que niños. Niños que sólo tenían la guerra. Niños que recordarían por
siempre los estandartes de la Sagrada Orden y de las Hordas del Caos con un
mismo significado.
Sus confusos pensamientos viraban en forma constante, aborreciendo la
guerra y el asesinato, pero no encontrando solución más que en el filo de una
espada. Aquellos niños hambrientos odiaban; odiaban con ferocidad, mientras
apretaban sus puños con fuerza. Pero al final del día, ocultos donde fuera que
encontraran un refugio, caían derrotados por su propia fragilidad.
-Deseo verlos caer, y pisotear sus cuerpos fríos, una y otra vez – me dijo
alguna vez un pequeño, con sus ojos inyectados de cólera. Quien sabe en qué
momento de aquel fatídico año habrá sido.
-Los quiero muertos, a todos. Quiero revolcarme en su sangre, quemar sus
barcos, sus casas, sus templos – repetía, con su cuerpo tembloroso y al borde
del llanto, cuando por el portal de la vieja cabaña se asomó la figura de un
hombre mayor, de largos cabellos grises y desgastada armadura. Aquel primer
encuentro marcaría una de las revoluciones más silenciosas que el mundo ha
presenciado hasta la fecha.
Durante meses vagamos junto a él. Su voz resonaba con la armonía de un arpa, y con la parsimonia de quien parece conocer todos los secretos del
universo, siempre nos regalaba las palabras justas para encender nuestros
corazones y dar un paso más. Un años después de nuestro encuentro, y ya
instalados en lo que quedaba de la antigua ciudad imperial de Nix, supo dar
asilo a un pequeño grupo de niños igualmente desamparados. Lo seguían, sin más explicación que el
resonar tranquilizador de su suave voz en sus cabezas. Un pequeño grupo de
niños llenos de odio, capaces de todo, pero destinados al olvido por la
debilidad de sus cuerpos.
1814. En aquel año en que el mundo tembló y los distintos planos comenzaron
a entrelazarse de manera caótica, aquel encuentro fortuito dictó el inicio de
una nueva era para nosotros. Aquellos que crecimos entre guerras comprendimos,
a través de sus palabras, que la supervivencia sería a partir de allí una
batalla contra nosotros mismos.
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