Objetos no tan mágicos (offtopic de absurdas y anecdóticas pretensiones)

mayo 19, 2016

Nos hace falta un estudio estadístico que enumere la gran cantidad de veces que un jugador forzosamente quiere algo que no tiene nada que ver en la ambientación/campaña que se esta jugando.
En esos casos lo importante no es que se le conceda o no, sino el grado de violencia (pasiva u activa) que emplea para obtener algo que no existe.
Por favor, manden a apuñalar a sus masters.
- Monasterio del Rol

Simpáticas palabras con las que el Monasterio del Rol se abalanzó sobre mí, hará cosa de dos meses, y que me han tenido reculando hasta el día de hoy, buscando la manera de traducir, en una mera entrada, todo lo que se ha disparado en mí a partir de ellas. Y no es que mis jugadores, a lo largo de los años, me hayan atosigado con pretensiones absurdas ni mucho menos, sino todo lo contrario. Jugadores revoltosos han pasado por mi mesa y, en su mayoría, se han quedado hasta el fin de los días, con ideas alocadas, personajes frutas, cambiantes, con repentinas mutaciones de personalidad, olvidos muy convenientes o actitudes verdaderamente criminales para con la legalidad de la relación director-jugador. Pero ha sido rara la ocasión en la que se han puesto especialmente pesados (al menos más de lo habitual) para conseguir algún objeto determinado que, por supuesto, no encajara demasiado en el contexto.  

Quedará para la historia aquel templo recorrido a principios del 2012, en el que el guerrero de la party, un simpático dragonborn de 4e se hizo con una -armadura totalmente desbalanceada de la bóveda del aventurero- mientras la enérgica hechicera, que bien podríamos haber bautizado codicia, explotaba de ira sobre el tablero por haber quedado, nuevamente, con las manos vacías por la incompatibilidad del tesoro con su clase. Aún hoy se murmuran por lo bajo las historias de aquella Eladrin que, mientras sus camaradas trababan espadas frente a las hordas enemigas, se paseaba por las habitaciones con el único y provechoso objetivo de llenar sus bolsas con montañas de baratijas oro. 

Ella ha sido, sin miedo a equivocarme, la persona que más al límite ha llevado mi imaginación en busca de tesoros y premios que satisficieran sus rebuscadas expectativas. Bolsas sin fondo, traductores universales, sombras espectrales camufladas como tatuajes. Ha aspirado a lo mejor de cada bóveda y, creo yo, aún no está satisfecha en absoluto.   

En el tintero quedarán las túnicas negras, solicitadas por quien fuera durante años la narradora del grupo, para hacerse pasar como alguien más y que, a la larga, dieron pie al primero de los muchos universos paralelos de un único universo de ficción que exprimí durante años. O la carabina y el avión militar en una partida al estilo SukeroCity, donde todos los demás tenían poderes especiales.

Ya más grandes, y guiado por la absoluta convicción personal de que aquello serviría para algo, hubo quien me pidiera con desesperación un montón de sal, con la que hacer un círculo capaz de espantar criaturas sobrenaturales. Supo dar vuelta una cabaña entera en pos de encontrar la bendita sal que, por supuesto, porque me cayó bien su determinación y porque en LittleFears todo se puede, sirvió a la perfección a sus propósitos defensivos.   

Recuerdo, sí, una petición que de algún modo me dejó en tablas, aunque quizá no haya sido por "no tener nada que ver con la ambientación", sino más bien por las características de lo anhelado. Y de ahí salto irremediablemente al objetivo principal de esta entrada y a aquello a lo que hago referencia con un título tan abierto: objetos no tan mágicos; no carentes de efecto, pero sí poco convencionales a nivel pretensión. 

Éramos aún muy jóvenes y, por sobre todas las cosas, estábamos muy verdes en esto de jugar campañas con relativa seriedad. Acabábamos de terminar, entre risas, una larga crónica de Vampiro la mascarada, y en el ínterin entre ello y el inicio de una nueva aventura, nos dejamos llevar por la competición: probábamos Vampiro Edad Oscura, donde para variar un poco, y haciendo honor al cliché (que por ley debería ser, como mínimo, mi segundo nombre), los jugadores se encontraban a las puertas de un lúgubre castillo abandonado en la mítica ciudad de Cracovia. La trama era por demás sencilla; un Tzimisce defendía su territorio ante el avance militar de un grupo de expansionistas. Los jugadores, como no podía ser de otra manera, eran parte de ese ejército comandado por un vástago a quien, a fuerza de chistes y anécdotas mal contadas, me he visto obligado a olvidar. 

Dos peticiones sostenidas con fervor determinaron los hechos de aquella partida que habrá durado una o dos sesiones. La primera no viene al caso, pero es interesante de contar: hasta allí, nunca había matado a ninguno de los personajes de mis jugadores, principalmente porque ante algún riesgo mortal, la historia viraba, acompañando una segunda oportunidad para ellos y evitándome el mal trago de "quitarles" un personaje. Esa noche, cuando las cosas parecían volver a rodar por los mismos rieles de siempre, el Assamita del grupo me miró a los ojos con determinación y me desafió a llevar la batalla entre uno de mis npcs favoritos y el suyo hasta el final. Sólo uno podrá volver a pisar uno de tus mundos me decía con esa determinación reflejada en su mirada, y aunque renegara, sabía que la historia se iba a torcer todo lo que quisiera, y aún así, su personaje seguiría al npc hasta darle muerte. Un tipo pasivo y divertido de violencia a la que fui sometido y que marcaría, como bien decía anteriormente, un punto de inflexión en mi forma de armar campañas. El resultado de aquel enfrentamiento quedará, por amor al arte, librado a la imaginación de cada uno.

Por otro lado, y ahora sí referido a lo que aquí nos une, se encontraba el anhelante, el sediento de poder, el competidor nato. Hirviendo en deseos de enfrentar al Tzimisce, el cínico Lasombra con ideales de conquista buscaba la peor forma de humillar a su rival. "Tiene que haber un trono" me dijo, desafiante, ni bien deslicé la palabra 'castillo'. "El trono del rey... SU trono" repetía -creo yo- dentro de su cabeza. Estaba completamente obsesionado con la idea de utilizar el trono como parte de su plan. Y como siempre fui muy dado a entretener a cada cual con sus formas, puse el trono, y puse al malo maloso a esperarlos junto a él. Y, claro está, la luz de la luna reflejaba sobre él, al atravesar el vitral a su espalda, la figura de un imponente caballero. 

Ya nadie recuerda, cuando rememoramos viejas partidas, cómo fue aquel mano a mano entre el territorial dueño de casa y el alarmantemente cínico conquistador, pero sí estallan en risas recordando al Lasombra sentarse en el aclamado trono en señal de victoria, regodeándose de su habilidad. Y es que aquel objeto decorativo tuvo una doble impronta metafórica que lo volvió centro de todas las miradas y lo marcó a fuego en mis recuerdos. El trono, metáfora de la cima de la jerarquía, se volvió también concentración de todo el territorio y la mal arriada personalidad territorial del Tzimisce. Fue la poética frutilla sobre la crema de aquella noche rolera tan poco seria, pero tan interesante. 


***


Vaya, vaya, al parecer GoT me ha plagiado.



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