Interpretando la corrupción del ser (Rego Mentis)

agosto 08, 2017

El poder ilimitado tiende a corromper las mentes de los que lo poseen
-William Pitt

¿Hay lugar, acaso, para hablar de una senda de la corrupción en el ámbito de la no vida y el horror personal de una bestia amordazada como es la existencia de un vampiro en las noches modernas? Lo cierto es que Vampiro la Mascarada es un juego político alrededor de intrigas, secretos y favores, y como tal, acerca una y otra vez al jugador al costado más oscuro de su pensar en pos del beneficio personal.

Por eso la corrupción es un detalle de tanto peso, casi obligatorio en la base de cualquier vástago capaz de ser considerado Antiguo ante los suyos. Y más aún cuando nos referimos a la inherente necesidad de escalar en la pirámide (porque entenderse a sí mismo y aprender a abrazar o alejarse de la bestia es sólo un complemento opcional en la no vida que solemos interpretar)


La corrupción es la traición sobre la tradición; es la experiencia y la degradación del ser que encuentra caminos alternativos a los tradicionales para llegar a la cima, y no duda tomarlos con la consciencia tranquila, entendiendo que así es como se han hecho las cosas desde siempre. 

Pero mientras la corrupción psíquica contamina las acciones de todos los antiguos, hay una forma de corrupción más específica que se esparce bajo el cielo nocturno, llevando no sólo al monstruo a conocer su propia oscuridad, sino corrompiendo poco a poco todo lo que lo rodea: la senda de la corrupción (rego mentis). 

Un orden necesario -Fotón de Maximiliano Martiniau (BRCine)
Tendemos, sin embargo, a confundir la corrupción con el caos, con la ausencia de reglas, con el desorden absoluto (caso similar a lo que sucede con la interpretación de la mente distorsionada del clan Malkavian). Pero no debemos olvidar que esta senda es, ante todo, una linea espiritual cuyo leitmotiv radica en influir en la psiquis y entender la oscuridad del corazón de los individuos. La corrupción afecta gradualmente la moral y los procesos mentales, sacando así a la luz, en la sutileza más absoluta, los deseos más ocultos de la víctima, y es allí a donde apunta tanto narrativa como mecánicamente. 

Es por ello que la corrupción, ante todo, requiere orden. Requiere individuos con ansias de poder, y esas ansias han de ser correspondidas en una estructura jerárquica capaz de contener esas figuras de autoridad. Y como reflejo de ese contexto, la Camarilla resulta ser el terreno más fértil para la corrupción. El Sabbat, en cambio, se ofrece como un ámbito poco oportuno, dado que la lealtad de sus miembros pasa por rituales de sangre que rara vez dan lugar a posicionamientos políticos y entrecruzamiento de favores, deseos, engaños. Hacia afuera, asimismo, el caos es tan tangible que la moral no tiene nada que aportar. 


Ahora bien, cuando hablamos de esta senda, debemos entender también que no es tanto la interpretación lo que importa, sino más bien su expansión. Su progresión, sus posibilidades de mancharlo todo. Y es que, en tanto disciplina, busca afectar la moral de los otros, corrompiendo así la pirámide, pudriendo la manzana o hundiendo las masas en el averno, y para ello es necesario afectar el contexto y no sólo al individuo. 

La corrupción ha de correr en falsa libertad. Ha de expandirse en un ambiente controlado, mediante acciones sencillas, medidas y oportunas. En función de esto, y a diferencia de otras disciplinas mentales/sociales, la corrupción necesita paciencia. De nada le sirve al taumaturgo que la mascarada corra peligro. De nada le sirve que se extingan las figuras de poder. Debe saber apreciar ese destello de oscuridad mostrado por el otro como una victoria parcial, capaz de unirse gradualmente en un todo beneficioso. 

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